Tiene Castelnuovo-Tedesco una composición, la 195 de su número de opus, que lleva por título “24 Caprichos de Goya”. Allí, en cuatro volúmenes, dos por cada disco compacto de la grabación que ahora disfruto escribiendo estas líneas, el músico florentino desgrana en trazo largamente sostenido el recorrido interpretativo particular que hace sobre la obra a la sazón del pintor de Fuendetodos. La guitarra sin acompañamiento alguno se basta para expresar matices y fortunas de sonda y escaparate en un andantino in tempo di zorcico que recrea la atmósfera de luces y sombras que preside la composición de buril, “Por que fue sensible”. Lo interpreta Frank Bungarten, luego de tres años de estudio y preparación de las piezas, y el bonito libro en el que él mismo introduce la obra viene acompañado por reproducciones fieles de los 24 caprichos seleccionados en papel couché. Total, una gozada. La composición de este grabado es deudora del dibujo preparatorio y en ambas piezas, aunque tal vez el efecto esté más remarcado en el grabado, puede apreciarse la intención de arrebatar a la figura femenina sus atributos característicos; así, las formas curvas ceden el paso a las líneas rectas, siendo un triángulo la estructura central que focaliza la pieza; el pelo, desatado aún en el dibujo, se muestra recogido en el grabado y una rata ausente en el uno está inquietantemente asimilada con las sombras en el otro. Ambos elementos, pelo recogido y rata, subrayan y refuerzan la idea de que la mujer ha quedado reducida a imagen material de los usos y costumbres que imperan en la moral del patriarcado, a la luz de un fanal de luz restallante para mejor así mostrar del pecado su ineludible penitencia. La razón, no lo olvidemos, del espectáculo sórdido que contemplamos es la sensibilidad; a las mujeres sensibles dispuestas a dejarse conducir por la sensualidad de natura les espera el encierro y el confinamiento para salvaguardar a la civitas del desorden y el caos. Sombra sobre penumbra y penumbra sobre oscuridad maciza, es la luz la que aquí dispone y separa los distintos elementos de la composición, de manera que, si fuera posible decirlo literalmente sin que una objeción técnica nos saliera enseguida al paso, podríamos afirmar que es la luz la que pinta las formas más bien que su fórmula a contrario. De esta pieza magistral, a la vera de una fogata campestre y comiendo asadas unas buenas sardinas al jalón de ricos tragos de vino tinto de bota en una noche templada de otoño casi postrero de hace más de dos lustros y puede que tres si calculamos, una inspiración tal vez provocada por el sopor de la incipiente digestión del rico gazpacho precedente me mostró de la lámina al trasluz de la candela el íntimo secreto que atesoraba; a saber, que en la boca entreabierta, del recuerdo pecaminoso, un suspiro delator hacía imposible la penitencia. Y, así, mientras el tañido de la guitarra moría con la última nota y sus armónicos, se dio la circunstancia serena de que sólo entonces, como en análogo trasluz de sinestesia de lo que allí contemplaba y que en sonidos se interpretaba forzando mi imaginación de parvo arúspice del dios Pan, quedó en el silencio consecuente la razón toda de ser de lo que antes sin acierto y muy desconcertantemente no había conseguido asimilar. Esa luz y ese silencio son el suspiro de una añoranza que ningún castigo puede exorcizar. Y es esa añoranza de lo que se deja adivinar el estigma eterno de un instante efímero, del sueño de la memoria que lo fue del olvido; orgasmo de un buril y una plancha de cobre.
Tiene Castelnuovo-Tedesco una composición, la 195 de su número de opus, que lleva por título “24 Caprichos de Goya”. Allí, en cuatro volúmenes, dos por cada disco compacto de la grabación que ahora disfruto escribiendo estas líneas, el músico florentino desgrana en trazo largamente sostenido el recorrido interpretativo particular que hace sobre la obra a la sazón del pintor de Fuendetodos. La guitarra sin acompañamiento alguno se basta para expresar matices y fortunas de sonda y escaparate en un andantino in tempo di zorcico que recrea la atmósfera de luces y sombras que preside la composición de buril, “Por que fue sensible”. Lo interpreta Frank Bungarten, luego de tres años de estudio y preparación de las piezas, y el bonito libro en el que él mismo introduce la obra viene acompañado por reproducciones fieles de los 24 caprichos seleccionados en papel couché. Total, una gozada. La composición de este grabado es deudora del dibujo preparatorio y en ambas piezas, aunque tal vez el efecto esté más remarcado en el grabado, puede apreciarse la intención de arrebatar a la figura femenina sus atributos característicos; así, las formas curvas ceden el paso a las líneas rectas, siendo un triángulo la estructura central que focaliza la pieza; el pelo, desatado aún en el dibujo, se muestra recogido en el grabado y una rata ausente en el uno está inquietantemente asimilada con las sombras en el otro. Ambos elementos, pelo recogido y rata, subrayan y refuerzan la idea de que la mujer ha quedado reducida a imagen material de los usos y costumbres que imperan en la moral del patriarcado, a la luz de un fanal de luz restallante para mejor así mostrar del pecado su ineludible penitencia. La razón, no lo olvidemos, del espectáculo sórdido que contemplamos es la sensibilidad; a las mujeres sensibles dispuestas a dejarse conducir por la sensualidad de natura les espera el encierro y el confinamiento para salvaguardar a la civitas del desorden y el caos. Sombra sobre penumbra y penumbra sobre oscuridad maciza, es la luz la que aquí dispone y separa los distintos elementos de la composición, de manera que, si fuera posible decirlo literalmente sin que una objeción técnica nos saliera enseguida al paso, podríamos afirmar que es la luz la que pinta las formas más bien que su fórmula a contrario. De esta pieza magistral, a la vera de una fogata campestre y comiendo asadas unas buenas sardinas al jalón de ricos tragos de vino tinto de bota en una noche templada de otoño casi postrero de hace más de dos lustros y puede que tres si calculamos, una inspiración tal vez provocada por el sopor de la incipiente digestión del rico gazpacho precedente me mostró de la lámina al trasluz de la candela el íntimo secreto que atesoraba; a saber, que en la boca entreabierta, del recuerdo pecaminoso, un suspiro delator hacía imposible la penitencia. Y, así, mientras el tañido de la guitarra moría con la última nota y sus armónicos, se dio la circunstancia serena de que sólo entonces, como en análogo trasluz de sinestesia de lo que allí contemplaba y que en sonidos se interpretaba forzando mi imaginación de parvo arúspice del dios Pan, quedó en el silencio consecuente la razón toda de ser de lo que antes sin acierto y muy desconcertantemente no había conseguido asimilar. Esa luz y ese silencio son el suspiro de una añoranza que ningún castigo puede exorcizar. Y es esa añoranza de lo que se deja adivinar el estigma eterno de un instante efímero, del sueño de la memoria que lo fue del olvido; orgasmo de un buril y una plancha de cobre.
4 comentarios:
Tiene Castelnuovo-Tedesco una composición, la 195 de su número de opus, que lleva por título “24 Caprichos de Goya”. Allí, en cuatro volúmenes, dos por cada disco compacto de la grabación que ahora disfruto escribiendo estas líneas, el músico florentino desgrana en trazo largamente sostenido el recorrido interpretativo particular que hace sobre la obra a la sazón del pintor de Fuendetodos. La guitarra sin acompañamiento alguno se basta para expresar matices y fortunas de sonda y escaparate en un andantino in tempo di zorcico que recrea la atmósfera de luces y sombras que preside la composición de buril, “Por que fue sensible”. Lo interpreta Frank Bungarten, luego de tres años de estudio y preparación de las piezas, y el bonito libro en el que él mismo introduce la obra viene acompañado por reproducciones fieles de los 24 caprichos seleccionados en papel couché. Total, una gozada.
La composición de este grabado es deudora del dibujo preparatorio y en ambas piezas, aunque tal vez el efecto esté más remarcado en el grabado, puede apreciarse la intención de arrebatar a la figura femenina sus atributos característicos; así, las formas curvas ceden el paso a las líneas rectas, siendo un triángulo la estructura central que focaliza la pieza; el pelo, desatado aún en el dibujo, se muestra recogido en el grabado y una rata ausente en el uno está inquietantemente asimilada con las sombras en el otro. Ambos elementos, pelo recogido y rata, subrayan y refuerzan la idea de que la mujer ha quedado reducida a imagen material de los usos y costumbres que imperan en la moral del patriarcado, a la luz de un fanal de luz restallante para mejor así mostrar del pecado su ineludible penitencia. La razón, no lo olvidemos, del espectáculo sórdido que contemplamos es la sensibilidad; a las mujeres sensibles dispuestas a dejarse conducir por la sensualidad de natura les espera el encierro y el confinamiento para salvaguardar a la civitas del desorden y el caos. Sombra sobre penumbra y penumbra sobre oscuridad maciza, es la luz la que aquí dispone y separa los distintos elementos de la composición, de manera que, si fuera posible decirlo literalmente sin que una objeción técnica nos saliera enseguida al paso, podríamos afirmar que es la luz la que pinta las formas más bien que su fórmula a contrario. De esta pieza magistral, a la vera de una fogata campestre y comiendo asadas unas buenas sardinas al jalón de ricos tragos de vino tinto de bota en una noche templada de otoño casi postrero de hace más de dos lustros y puede que tres si calculamos, una inspiración tal vez provocada por el sopor de la incipiente digestión del rico gazpacho precedente me mostró de la lámina al trasluz de la candela el íntimo secreto que atesoraba; a saber, que en la boca entreabierta, del recuerdo pecaminoso, un suspiro delator hacía imposible la penitencia. Y, así, mientras el tañido de la guitarra moría con la última nota y sus armónicos, se dio la circunstancia serena de que sólo entonces, como en análogo trasluz de sinestesia de lo que allí contemplaba y que en sonidos se interpretaba forzando mi imaginación de parvo arúspice del dios Pan, quedó en el silencio consecuente la razón toda de ser de lo que antes sin acierto y muy desconcertantemente no había conseguido asimilar. Esa luz y ese silencio son el suspiro de una añoranza que ningún castigo puede exorcizar. Y es esa añoranza de lo que se deja adivinar el estigma eterno de un instante efímero, del sueño de la memoria que lo fue del olvido; orgasmo de un buril y una plancha de cobre.
Saludos,
Adolfo
Tiene Castelnuovo-Tedesco una composición, la 195 de su número de opus, que lleva por título “24 Caprichos de Goya”. Allí, en cuatro volúmenes, dos por cada disco compacto de la grabación que ahora disfruto escribiendo estas líneas, el músico florentino desgrana en trazo largamente sostenido el recorrido interpretativo particular que hace sobre la obra a la sazón del pintor de Fuendetodos. La guitarra sin acompañamiento alguno se basta para expresar matices y fortunas de sonda y escaparate en un andantino in tempo di zorcico que recrea la atmósfera de luces y sombras que preside la composición de buril, “Por que fue sensible”. Lo interpreta Frank Bungarten, luego de tres años de estudio y preparación de las piezas, y el bonito libro en el que él mismo introduce la obra viene acompañado por reproducciones fieles de los 24 caprichos seleccionados en papel couché. Total, una gozada.
La composición de este grabado es deudora del dibujo preparatorio y en ambas piezas, aunque tal vez el efecto esté más remarcado en el grabado, puede apreciarse la intención de arrebatar a la figura femenina sus atributos característicos; así, las formas curvas ceden el paso a las líneas rectas, siendo un triángulo la estructura central que focaliza la pieza; el pelo, desatado aún en el dibujo, se muestra recogido en el grabado y una rata ausente en el uno está inquietantemente asimilada con las sombras en el otro. Ambos elementos, pelo recogido y rata, subrayan y refuerzan la idea de que la mujer ha quedado reducida a imagen material de los usos y costumbres que imperan en la moral del patriarcado, a la luz de un fanal de luz restallante para mejor así mostrar del pecado su ineludible penitencia. La razón, no lo olvidemos, del espectáculo sórdido que contemplamos es la sensibilidad; a las mujeres sensibles dispuestas a dejarse conducir por la sensualidad de natura les espera el encierro y el confinamiento para salvaguardar a la civitas del desorden y el caos. Sombra sobre penumbra y penumbra sobre oscuridad maciza, es la luz la que aquí dispone y separa los distintos elementos de la composición, de manera que, si fuera posible decirlo literalmente sin que una objeción técnica nos saliera enseguida al paso, podríamos afirmar que es la luz la que pinta las formas más bien que su fórmula a contrario. De esta pieza magistral, a la vera de una fogata campestre y comiendo asadas unas buenas sardinas al jalón de ricos tragos de vino tinto de bota en una noche templada de otoño casi postrero de hace más de dos lustros y puede que tres si calculamos, una inspiración tal vez provocada por el sopor de la incipiente digestión del rico gazpacho precedente me mostró de la lámina al trasluz de la candela el íntimo secreto que atesoraba; a saber, que en la boca entreabierta, del recuerdo pecaminoso, un suspiro delator hacía imposible la penitencia. Y, así, mientras el tañido de la guitarra moría con la última nota y sus armónicos, se dio la circunstancia serena de que sólo entonces, como en análogo trasluz de sinestesia de lo que allí contemplaba y que en sonidos se interpretaba forzando mi imaginación de parvo arúspice del dios Pan, quedó en el silencio consecuente la razón toda de ser de lo que antes sin acierto y muy desconcertantemente no había conseguido asimilar. Esa luz y ese silencio son el suspiro de una añoranza que ningún castigo puede exorcizar. Y es esa añoranza de lo que se deja adivinar el estigma eterno de un instante efímero, del sueño de la memoria que lo fue del olvido; orgasmo de un buril y una plancha de cobre.
Saludos,
Adolfo
Vaya, lo siento, creí que el de arriba no se había publicado.
Ves, este es el Adolfo que yo echo de menos. Es una lástima que nos prives del placer de tu lectura.
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